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La huerta grande

Otium

25 octubre, 2023

De Graciela Rodríguez Alonso

A propósito de la presentación de Meditación sobre el estudio. Un ensayo filosófico. De Fernando Bárcena.

 

Leer, escribir, conversar. La vida estudiosa es una vida con los libros, una vida contemplativa; una actividad interminable, un oficio artesanal; un ensayo constante, una insistencia (Penélope, Sísifo); «Un adentrarse en uno mismo y explorar las profundidades de donde emana la vida», le dijo Rilke a un joven poeta.  El estudio es un remedio contra los disgustos de la vida, un consuelo; contribuye a la espiritualización del mundo, trae a la presencia lo ausente de un pasado, la memoria de los muertos, para que nos instruyan. «Si una generación dejase de estudiar, la humanidad actual en sus nueve décimas partes moriría fulminantemente», dijo Ortega.

El estudio requiere de un tiempo lento, ocioso en sentido clásico. Otium. Dice el diccionario:

Ōtium -ii n.: ocio, descanso, [esp. Divertimento o apartamiento de los negocios públicos y políticos], retiro || inactividad, ociosidad; tiempo libre (o. litteratum, tiempo libre consagrado a las letras; otia nostra, las obras de mi reposo, mis poesías o composiciones) || paz, sosiego, tranquilidad (ab externis armis otium fuit, hubo tranquilidad en el exterior)

De eso habla una Oda de Horacio (Odas II 16)

«“Sosiego”: anhelo suplicante del piloto sorprendido en pleno mar Egeo, cuando una tempestad ha ocultado la luna y los astros no muestran a los marinos sus fuegos conductores; “Sosiego” dice el tracio loco por la guerra; “Sosiego” repiten los medos orgullosos de sus aljabas: aunque no pueden comprar, Grosfo, ni gemas ni púrpura ni oro.

[…] Que el alma, un instante feliz, deseche el pensamiento en una inquietud futura; que, con tranquila sonrisa, endulce sus pesares…»

 

El autor de esta traducción, que encontré en un antiguo manual de Literatura Latina, hace la siguiente reflexión: «Meditación acerca del otium (el descanso tranquilo), bien espiritual que no pueden garantizar ni la ambición ni las riquezas…»

El estudio es trabajo del alma y busca la sabiduría para aprender a vivir, para encontrar una cierta verdad, también para aprender a morir. El arte de esculpir una vida. «¿Por qué un hombre cualquiera no puede hacer de su propia vida una obra de arte?», se pregunta Foucalt.

Esta es la materia emocionante de tu Meditación, que es un monumento al amor. Amor a la filosofía, al estudio, a la transmisión lectora/escritora que une a una generación con la precedente, tú hablas de mimbres y de ese cesto roto que seguimos recomponiendo, entre todos. Amor a la docencia, a la amistad, a los libros, los lápices, los cuadernos; amor al tiempo lento, sosegado. Pero, por encima de todo, es un monumento a Mónica, un portazo al olvido, un deseo de eternidad, un reconocimiento de nuestra finitud y también de la posibilidad de encontrar la belleza en las cosas del mundo.  En el capítulo Melancolía te preguntas por qué escribes este libro: «¿Qué pide de mí mi propio manuscrito? ¿Y por qué lo estoy escribiendo? Escribo porque no puedo no hacerlo. Si logro terminarlo es algo que dejaré en el mundo… Quizá un día alguien lea estas líneas… Si lo termino, lo dejaré ahí, y me dejaré con él a mí mismo, porque estoy en él, con todo lo que arrastro, con esa mujer que ya no está y a la que he decidido dedicar mi libro.»

Alguien ha leído (y muchos más lo harán) estas líneas y te ha conocido a ti, y a Mónica, que como escribes en esa preciosa coda «ya no está, pero es eterna. Eterna en mis líneas, en mis canciones y en las suyas…»

Horacio pensó, al terminar su tercer libro de Odas, que había construido una obra de arte imperecedera. Non omnis moriar. No moriré del todo. Sus versos buscan el consuelo ante la certeza del fin. En tu caso hay, además, grandeza de espíritu, una lucha por vencer a la muerte, en la que nos muestras a los lectores la posibilidad de ser más bellos por dentro y esculpir una vida en el estudio.  Y por todo eso, esta lectora te da las gracias.

 

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