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La huerta grande

«Virus nuevos, viejas verdades» Jorge Úbeda

30 marzo, 2020

No dejamos de oír, en estos días de pandemia y confinamiento, que estamos viviendo algo histórico, inédito para nuestra generación cuyas consecuencias harán que nuestro mundo cambie para siempre. Todavía es pronto para saber cuáles serán esas consecuencias, si serán tan históricas como decimos, amén de que hay una imposibilidad metafísica en analizar con precisión nuestro presente. Detrás de estas retóricas grandilocuentes se esconde, en realidad, el miedo que atenaza siempre al ser humano: que nada, en definitiva, tenga demasiado sentido.

La filosofía ha tratado, siempre, de ser un antídoto contra el miedo, pero, también, contra sus consecuencias, en especial, contra aquellas que siempre terminan en entregar nuestra frágil libertad en manos de otros. Ahora vivimos con miedo en medio de la grandilocuencia, imaginando que quizá nuestras palabras, ávidas de encontrar sentido a lo que nos está pasando, lo van a lograr calificándolo de nuevo, de histórico, de inédito o de desconocido.

Sin embargo, por el momento, lo que vamos experimentando son las viejas verdades de siempre ante algo que, ni siquiera, es nuevo: la fragilidad de la vida humana ante amenazas que escapan a su control. El Covid19 es nuevo solo en la medida en que todavía no lo controlamos, pero como patógeno de la familia de los coronavirus ya era familiar, al menos a la comunidad científica de los virólogos. Y esta es una vieja verdad a la que llevamos dando vueltas, al menos, en los últimos cien años: la ambivalencia presente en las promesas tecnocientíficas de la modernidad. Nos hemos prometido a nosotros mismos el control total de la realidad al mismo tiempo que experimentamos, en cada crisis, que tal promesa funciona bien como motivación hacia el futuro, pero no como comprensión de nuestro presente ni como criterio definitivo de las decisiones, complejas e inciertas, que hemos de tomar en cada momento.

También es una vieja verdad que nuestra libertad no es absoluta y que está ligada a los otros. En el viejísimo y poco consultado Vocabulario de las instituciones indoeuropeas de Benveniste, el filólogo nos explica cómo el término libertad recoge en sus bases etimológicas dos ideas: la de fuerza y la del arraigo en los otros. Solo puede ser considerado libre, es decir fuerte, aquel que, al mismo tiempo, pertenece a una comunidad.  Siglos lleva la filosofía dando vueltas a esta cuestión, llamando la atención sobre la necesaria articulación de la fuerza propia en relación con los otros: ni la ilusión de una libertad omnímoda autorregulada ni la opresión de una comunidad que debilita a los suyos coagulando la vida que brota de sus raíces. Las virtudes cívicas que nos reclamamos estos días, el cuidado y el respeto de nuestros bienes comunes, entre ellos el de la salud, anidan en esta vieja verdad y, una vez más, la filosofía, también vieja y paciente, a pesar de ser poco escuchada, viene a recordarlo.

Por último, es una vieja, viejísima verdad que somos frágiles: ¿de veras que millones de personas en nuestro planeta y en nuestro país lo están descubriendo ahora? Si es así, la sociología tiene mucho trabajo que hacer para ayudarnos a entender el tamaño planetario de semejante ignorancia. Puede que seamos una sociedad demasiado entretenida, ávida de novedades (¡y de series!) y tan acelerada que no queda ni un solo hueco diario para sentir el paso del tiempo, nuestra propia fragilidad y la de los demás: puede ser. Pero de nuevo, la filosofía, tan antigua como el hombre, nos recuerda que nuestra fragilidad existe y que tiene varios rostros: es fragilidad ontológica, desde luego, que palidece ante la (quasi) vida de un virus y que tiene un nombre sencillo: muerte. También es fragilidad moral, pues sigue siendo evidente que ni lo que parece más fácil, las virtudes cívicas elementales, están aseguradas. El egoísmo moral es de una dureza extraordinaria a lo largo de los siglos. Nuestro conocimiento, corona que lucimos ufanos sobre nuestras cabezas, es frágil, incompleto y, muchas veces, inseguro, aunque muchos ahora se den golpes de pecho epistémicos asegurando que sabían lo que podía pasar y lo que había que hacer. Nos pasa todos los días a cada momento.

Todavía es pronto para saber cuál es la novedad que estamos viviendo, para ello tendremos que bruñir de nuevo algunos conceptos que teníamos gastados. Pero siempre estamos a tiempo de recordar algunas viejas verdades que lejos de llenarnos de pesimismo y melancolía, nos aproximan, con piedad, a los demás seres humanos: frágiles, mortales y libres.

 

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